Situado en la vertiente meridional de la cordillera Cantábrica, al sur de los Picos de Europa, en la esquina noroeste de la provincia de León, limitando con Asturias, Cantabria y Palencia, encontramos este espectacular paisaje declarado Parque Regional en 1994.
Con una superficie de 101.220 hectáreas, su territorio se reparte entre diez términos municipales, estructurándose en seis grandes zonas:
El ámbito del Parque abarca el curso alto de los ríos Porma y Esla, así como otras dos pequeñas cabeceras fluviales, la de los ríos Grande y Cea; es un territorio abrupto, caracterizado por sus fuertes desniveles, con impetuosas sierras que delimitan valles de idílico paisaje; a lo largo y ancho del Parque se disfruta de inmejorables vistas panorámicas, que siempre combinan atractivas montañas con verdes valles y extensos bosques.
El subsuelo del Parque está formado por rocas sedimentarias del Paleozoico, en su mayoría originadas a lo largo del Carbonífero, si bien, las capas más antiguas corresponden al Cámbrico Inferior y las más modernas al Carbonífero Superior; a lo largo de su historia geológica, estas rocas se vieron sometidas a poderosas tensiones que culminaron con su plegamiento y elevación durante la Orogenia Alpina al inicio del Terciario, dando lugar a las cumbres que hoy conocemos.
Sobre aquel relieve, rejuvenecido por la Orogenia Alpina, actuaron durante los últimos 30 millones de años distintos procesos erosivos que son los responsables del modelo actual; uno de estos procesos más significativos fue la acción glaciar derivada de las sucesivas glaciaciones que acontecieron durante el Pleistoceno y el Holoceno, responsable de los circos y amplios valles existentes en el Parque.
En cuanto a la variedad litológica, la zona occidental del Parque, muestra una alternancia de capas de calizas, pizarras y areniscas que dan lugar a un característico paisaje de praderías y crestas rocosas; mientras que la parte más oriental, muestra un predominio de rocas silíceas, areniscas, cuarcitas, conglomerados y pizarras que se erosionaron dando lugar a relieves de perfil redondeado.
El Parque atesora una extraordinaria diversidad botánica:
En cuanto a la flora, merecen una especial mención los narcisos, que tienen aquí un foco de diversidad especialmente notorio y tiñen de amarillo la primavera temprana del Parque, dando paso al tono rosado y violáceo de las orquídeas a medida que avanza la estación.
El variado mosaico existente en el Parque Regional, propicia el asentamiento de gran variedad de fauna, que aprovecha los recursos que éste ofrece; especialmente destacables son algunas especies endémicas de lepidópteros, propios de la cordillera Cantábrica, como la montañesa gigante (Erebia palarica) y la vedosa (Colias phicomone); sin olvidar vertebrados como, la víbora de Seoane (Vipera seoanei), la liebre piornal (Lepus castroviejoi) o el propio urogallo cantábrico (Tetrao urogallus cantabricus).
El Parque, es uno de los grandes santuarios de fauna salvaje, no solo de la Península Ibérica, sino de todo el continente europeo; encontramos especies simbólicas y amenazadas, como el oso pardo y el lobo ibérico, sin olvidar otras especies de mamíferos (rebecos, corzos,...), aves (pico mediano, picamaderos negro, águila real, alimoche,...), anfibios, reptiles, peces e invertebrados (lepidópteros, abejorros,...); de entre todas estas especies, 195 de están incluidas en Directivas Europeas.
La ganadería ha sido la actividad tradicional de mayor arraigo en la Montaña de Riaño y Mampodre desde antaño, y la fuerza que ha modelado en mayor medida su paisaje, transformándolo en un mosaico de prados de siega, pastos de altura y bosques.
La trashumancia, tradición milenaria utilizada para el aprovechamiento de los pastos estivales de la montaña, tiene un profundo arraigo en la zona; tras la invernada en las dehesas extremeñas, los grandes rebaños de ovejas merinas alcanzaban la Montaña de Riaño a través de la Cañada Real Leonesa Oriental.
En el ámbito del parque se han catalogado un buen número de yacimientos prehistóricos, los más antiguos datan del periodo Magdaleniense; de épocas posteriores, encontramos abundantes yacimientos megalíticos y castros, aunque sin catalogar.
Herencia de la fuerte tradición ganadera, encontramos numerosas construcciones, como chozos de pastores y corrales, así como otras construcciones típicas, que tienen en común el empleo de la piedra y la madera; en contraposición con las humildes construcciones populares, llaman la atención algunas casas blasonadas, además de algunas ermitas e iglesias de interés.